"La diferencia entre una democracia y una dictadura, consiste en que en la democracia, puedes votar antes de obedecer las órdenes." «Charles Bukowski»

05 agosto 2008

Un día mentí



Dejé de ser un mentiroso a la corta edad de 12 años. Fue un día miércoles que no quería ir a estudiar, jamás olvidaré ese día. Y no es que me gustara faltar a la escuela, porque a decir verdad nunca falté, así estuviese muy enfermo ¡ni cuando me rompí el maldito brazo dejé de asistir! Tampoco era que me gustara la escuela, sino que me sentía mejor estando allá que en casa; no me gustaba mi hogar, quizá era demasiado pequeño y me sentía muy incomodo estando allí; no lo sé, pero lo que me pasó ese día fue lo siguiente.

Después de despertar como de costumbre, algo peor que un estúpido autómata que ya sabía a qué hora comenzar, a qué hora tenía que salir de la casa con el estómago vacío porque no había nunca nada que desayunar en casa. En realidad no me importaba mucho el no desayunar, porque así tampoco cagaría en la escuela.

Siempre miraba a las niñas de mi salón, esas niñas bonitas con sus culos rojos como los mandriles. Las podía imaginar, miraba como se levantaban de sus pupitres y pensaba para mis adentros: allá van de nuevo, esas chamaquitas con las nalgas rojas como los mandriles a tirar una zurrada al baño. Iban ellas y Ana, Ana que me gustaba tanto, yo estaba enamorado de ella a la corta edad de 12 años. Hasta que un día se orinó en clases y entonces me pareció que ya no era tan bonita. Y a mí me tenían allí sentado sin poder cagar, más bien sin tener nada que cagar, pero un buen día decidí faltar a la escuela.

Ese día me desperté y dije a mi madre que no iría a la escuela porque estaba cagando mucho, le dije que quizá fuese diarrea. En verdad no estaba enfermo, sólo que no quería ir a clases, (más tarde me arrepentiría de ello).

Está bien chaval, no irás hoy día, pero vamos a que te atiendan al seguro. Claro, dije yo, vamos que estoy a cague y cague. Y así pues, fue como me dirigí al seguro, ese lugar tan inhumano, tan salvaje; allí puedes ver la muerte a metros de distancia y allí estaba yo, lidiando con la muerte, platicando con esa gran hija de puta en un ambiente tan denso.

De pronto toca mi turno. Entré, era una enfermera muy guapa, desde pequeño me gustaron las enfermeras, quizá era la cofia, se les mira bien a esas putas.

-¿Cómo te sientes?
-Mal, me siento mal.
-¿Has ido al baño en el transcurso del día? -Me preguntó.
-Sí.
-¿Cuántas veces?
-Parece que cuatro, no recuerdo bien, también he vomitado dos veces.
-¿En cuanto tiempo?
-No sé, creo que en tres horas, algo así.
-Bien, a ver tststs tstststststs- la enfermera hacía ese sonido delante mío con sus labios mojados y con su cofia en la cabeza, y creí que me tocaría las bolas, pero no lo hizo. Y siguió- A ver, tstst tststs-
-¿Te duele aquí? –Me preguntaba.
-Sí, me duele allí.
-¿Y en esta parte también te duele?
-Sí.- así me pasé más o menos cinco minutos, diciendo que sí a todo lo que ella me preguntaba mientras me tenía acostado en una camilla de hospital, recuerdo que la base estaba rota y se movía como cuando aparece un terremoto, al lado tenía unos bisturís y más instrumentos con los que te pueden matar si se lo proponen.

Después de un largo rato de estar allí examinándome, por fin dijo- Ahora pasarás a la sala de urgencias, allí te encontrarás con la doctora Jazmín.

Me dirigí a la sala de Urgencias ¿y saben qué? La puta de Jazmín sólo tenía bonito el nombre, era un animal, con ojos saltones como los tepocates, más parecidos a los amarillos del Medio Oriente cuando les tiras un puntapié en los cojones y se les saltan los globos oculares y daba unos pasos inútiles como las hormigas cuando están bajo la lluvia de una tormenta en verano.

-Pasa, pasa -me dijo Jazmín. –Mira, te vas a tomar este vasito de suero, ahora te atenderé.
-Está bien.- salí al pasillo, terminé rapidísimo el vaso de ese líquido horrible y regresé a decirle que ya lo había terminado. Entonces ella me miró con sus ojos de tepocate y caminando de un lado a otro como auténtica hormiga bajo la lluvia me dijo:
-Mira, -indicándome el vaso que tenía en su mano, como si yo fuera un subnormal. -éste vasito, te tiene que durar de quince a treinta minutos, lo has tomado muy deprisa, te daré otro, pero ya lo sabes.

En ese momento pensé para mis adentros: "que hija de puta, si supieras que no me pasa nada quizá estarías atendiendo a otra persona que se está muriendo, pero ¿qué coño saben ellos? Nada, por eso asesinan a cada momento y sus crímenes quedan impunes y...", entonces salí nuevamente al pasillo, tiré el vasito de suero a un basurero de color azul cobalto que estaba ubicado justo a cuatro metros de la sala de urgencias y me quedé rondando en los elevadores hasta que pasara aquella media hora. Fue la media hora más larga de esos días.

Para cuando terminé de estar husmeando por las demás salas volví y allí estaba Jazmín, maldita gorda, nunca la olvidaré, es más en este momento pienso que la odio más que nunca.

-Ya te lo has terminado.-dijo Jazmín. -Felicidades eres un buen chaval.

Pensé que se reía de mí, entonces me dice enseguida- Ahora ven, entra a esta sala, recuéstate sobre la camilla, regreso en un momento.- Yo ya estaba aturdido, estaba molesto de estar allí con la muerte, pensé en la escuela, en las mierdas de los mandriles que miraba cuando no me portaba bien y me mandaban a lavar los sanitarios, en la cabellera larga y lisa de mi maestra de cuarto grado Patricia Pío, pero allí estaba yo, en el seguro, menuda mierda.

-Ya regresé. -dijo Jazmín. La miré, venía con una cosa larga en la mano, balanceándola me dijo:
-Ahora quítate los pantalones y ponte boca abajo.
-¿Qué hará usted?- Pregunté asustadísimo.
-Te haré un examen directo del vibrión en heces, creémos que tienes cólera.-Mi expresión fue tal que ella explicó con una ligera sonrisa en la boca gorda.
-Que te voy a meter este tubito por la cola chaval, es un examen de rutina.

En ese momento no me importo nada, salté más rápido que un chita que persigue a su presa fuera de la camilla, ella trató de detenerme pero escapé como el mejor corredor de todos los tiempos, ella me gritaba: ¡Detente, tienes que regresar para hacerte el examen!

Las mentiras son un buen escape, pero no siempre salen como uno lo desea. Después de ese día jamás he vuelto a pisar el seguro, no pienso hacerlo más, esa hija de puta debió saber que yo no tenía diarrea y por eso me quería meter cosas por el culo.


Iván